19 mar 2016

Mi sitio y mi lugar…



¡Riiiinnnng!, azota campanadas con brutal presura el despertador, un sol adormecido se filtra por entre las cortinas blancas -blancas eran-, y recuesta algunos de sus claros en la pared izquierda de mi habitación donde predomina el percudido por sobre la pintura -como en las otras tres paredes por cierto- y remarca unas grietas formadas por la humedad, más unos agujeros con taco fisher que quedaron de una repisa que voy a colocar en breve, ¡Riii’ - paff!, interrumpo con un manotazo intenso, cross directo a las manecillas del reloj, arrimo la vista hacia la mesa de luz como para asegurarme de que el segundero aún late y no… no… ¡qué había hecho!, ¡había destruido al mismísimo tiempo! ¡sí!, sí… al menos eso cavilaba con poca culpa mientras me aferraba al calor de mi cama e imaginaba distintas figuras turbando la mirada hacia el colorido entrevero de remeras artísticamente desparramadas por sobre la cómoda, ¡a maaano!, y no perdidas en esos cajones café torrado -amargo- que siempre se resistieron a entregarme mi ropa en los momentos que estaba más apurado, ¡ahhh!… esa tibies de mi habitación, esos colores… afuera sólo me esperaba frio, la pálida gama de grises de la ciudad, y una prueba de matemática especializada… De nuevo volvía a la idea de que el tiempo había sido destruido y que bien merecía la pena alguna reflexión al respecto, que ahora más que nunca, todo podía esperar, -incluso la prueba de matemáticas-… pero no lograba concentrarme, porque desde una esquina, a un lado del mueble del estéreo, me miraba fijamente un muñeco manco azul que mi hermanito había confundido con otro que sí era articulable y que el dueño, su amiguito, luego, no lo quiso más, me lo había traído a mi pieza porque el pequeño rufián que portaba mi sangre hacía un ruido descomunal jugando con él, parecía totalmente endemoniado y cada vez que me le acercaba a pedirle que no lo haga, se excusaba apuntándole al muñeco con una seriedad en sus ojos tan convincente que decidí reprender entonces al alborotador, así fue que fue a parar a ese rincón, -que reflexione…- pero bien… no le había atinado del todo con una gorra, seguía mirándome a media cara, como quién mira tras un abanico, así que le arrojé un pantalón y fin… El tiempo, el tiempo… ¡El fin! -pensaba-, rocé sin querer con mi mano izquierda el control del estéreo y sin mucha vuelta puse algo de música, a modo de umbral sonoro, así poder aislarme en mis pensamientos y que los ruidos de mi casa no sean una distracción, sonaba el disco “Circo Beat” de Fito Paez -¡psicodélica star de la mística de los pobres!- ahh que disco… lo sabía en su totalidad… qué tema seguía, cuál le seguía a ese y hasta donde respiraba Fito… El tiempo, el tiempo… -matemáticas- la vida… el sol… sí, el sol… ya se había desplazado un tanto, estaba por alcanzar el espejo chico que tengo junto a mis perfumes y eso no me iba a permitir pensar, me senté en un balanceo impulsándome con las piernas como lo hago siempre, quedé al borde de mi cama, sin remera, en calzones y a 3 pasos de la ventana, cerré las persianas, agarré los papelitos que tengo preparados para tapar los 4 bordes por donde se escurre la luz y con los que quedo en total y absoluta oscuridad, vuelvo a mi cama, sacudo mis pies un poco uno con otro antes, y me recuesto dejándome caer, vencido de tanto pensar… dispuesto a relajarme un buen rato, ¡me lo merecía! abrir los ojos o cerrarlos, era igual ahora, estaba finalmente donde quería, mi sitio, mi lugar, ese vacío profundo, esa oscuridad infinita, ese no-lugar, ese estado interno, ahí, donde me encuentro yo, y ahí, donde no me encuentra nadie… .. . (-ni siquiera la prueba de matemáticas-)

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